PHILIPSBURG, Sint Maarten – Mientras el mundo observa cómo el huracán Milton avanza hacia el Golfo de México, declarado por el Centro Nacional de Huracanes como potencialmente “uno de los huracanes más destructivos de la historia”, recordamos la amenaza cada vez mayor del cambio climático. La comunidad científica nos ha advertido durante décadas, pero ahora estamos viviendo las consecuencias. El grupo BioScience señaló recientemente que la humanidad ha llevado al planeta a condiciones climáticas “nunca antes vistas por nosotros o nuestros parientes prehistóricos”. Los fenómenos meteorológicos extremos se están convirtiendo en la norma, y Sint Maarten no puede permitirse el lujo de ignorar la realidad apremiante de que vivimos en un territorio desconocido.
El Caribe es una de las regiones más vulnerables al cambio climático. Hemos visto las consecuencias en islas como Dominica, que sufrió una devastación casi total durante el huracán María en 2017. La falta de planes adecuados de adaptación y mitigación del cambio climático agravó la tragedia, obligando a la isla a reconstruirse con grandes costos financieros y sociales. Más cerca de casa, Sint Maarten conoce muy bien esta historia. Todavía nos estamos recuperando de la destrucción causada por el huracán Irma, que nos azotó hace siete años. A pesar de ello, parece que hemos aprendido poco de la devastación. El ritmo de la recuperación, junto con la falta de una planificación climática integral, nos pone en riesgo de volver a estar desprevenidos cuando inevitablemente llegue otra tormenta.
Como alguien que trabaja con otras islas de la región para desarrollar planes de mitigación y adaptación al cambio climático, me resulta profundamente frustrante que mi propia isla, Sint Maarten, no parezca tomar en serio estas amenazas. Las consecuencias del cambio climático afectan a todas las facetas de nuestra sociedad y economía. Por ejemplo, las temperaturas más altas suponen una carga más pesada para nuestra red eléctrica, lo que provoca apagones más frecuentes. Esto no solo altera nuestra vida diaria, sino que también afecta a las empresas, la educación y los servicios de salud, creando un efecto dominó en toda nuestra economía.
Más allá de los huracanes, los impactos más amplios del cambio climático en Sint Maarten podrían ser catastróficos si no se controlan. El aumento del nivel del mar, el aumento de las temperaturas y los cambios en los patrones de precipitaciones amenazan nuestros recursos naturales, infraestructura y medios de vida. Las zonas costeras bajas corren un riesgo especial y, como la mayor parte de nuestra población vive a lo largo de la costa, el potencial de desplazamiento generalizado es real. Además, las aguas más cálidas y los ecosistemas marinos cambiantes podrían afectar gravemente a nuestra industria del turismo marino, mientras que las sequías más frecuentes podrían afectar la disponibilidad de agua y nuestro incipiente desarrollo agrícola. En esencia, la crisis climática no es solo un problema ambiental; es una amenaza existencial para nuestra sociedad, economía y forma de vida.
En cambio, algunas islas han tomado medidas proactivas para salvaguardar su futuro. Barbados, por ejemplo, ha logrado avances significativos en la integración de la resiliencia climática en la planificación nacional. A través de iniciativas como el Programa Techos a Arrecifes y su objetivo de energía 100% renovable para 2030, Barbados está liderando el camino en esfuerzos de adaptación y mitigación. De manera similar, Granada, en colaboración con socios internacionales, ha desarrollado un Plan integral de resiliencia climática y desarrollo sostenible que aborda todo, desde el uso sostenible de la tierra hasta la construcción de infraestructura resistente al clima. Estos ejemplos demuestran que, si bien somos una región pequeña, tenemos la capacidad de liderar la acción climática cuando hay voluntad política y previsión estratégica.
¿Por qué, entonces, Sint Maarten se está quedando atrás? A pesar de las claras advertencias de la ciencia y de nuestra experiencia vivida con tormentas como Irma, parece haber una vacilación colectiva a la hora de reconocer la magnitud de la crisis que enfrentamos. No se trata de un problema lejano que solo afectará a las generaciones futuras; ya está aquí, y solo empeorará si no actuamos con rapidez y decisión.
No podemos permitirnos esperar más. Insto a nuestro gobierno y parlamento a que elaboren e implementen planes nacionales integrales de adaptación y mitigación del cambio climático. Esto requiere algo más que la preparación para desastres; implica integrar el riesgo climático en todos los aspectos de la política nacional, desde el desarrollo de infraestructura hasta la gestión de la energía y el agua. Significa prepararse para el aumento del nivel del mar, salvaguardar nuestra red eléctrica e invertir en energía renovable para reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles. También significa proteger a nuestras comunidades más vulnerables, que serán las más afectadas por los efectos del cambio climático.
Las consecuencias de la inacción son nefastas. Los huracanes seguirán haciéndose más fuertes, las sequías serán más severas y nuestros ecosistemas enfrentarán una tensión sin precedentes. Sin un plan nacional, Sint Maarten está jugando con su futuro.
Se trata de una crisis existencial que exige la atención plena de nuestros líderes y de todos los ciudadanos. Debemos aprender de los errores del pasado y de los éxitos de nuestros vecinos. Es hora de actuar ahora, antes de que llegue la próxima tormenta y antes de que el cambio climático transforme a Sint Maarten de maneras de las que tal vez nunca nos recuperemos.